Todo el mundo habla de inteligencia artificial como la próxima gran ola de innovación que lo cambiará todo.



Dotar de inteligencia a las máquinas es un reto al que el hombre se ha enfrentado desde hace mucho tiempo. Pensad en el primer superordenador que venció a Gary Kaspàrov, el campeón del mundo de ajedrez. Lo desarrolló IBM en 1996. Lo llamó Deep Blue.

Desde entonces la tecnología ha evolucionado muchísimo. En concreto IBM ha trabajado en el desarrollo de Watson, su sistema de computación cognitiva, capaz de “leer” millones de archivos, sacar conclusiones y lo más importante, capaz de “aprender”. Watson evolucionará en función del uso que se le dé y puede convertirse, dice la empresa estadounidense, en el asistente perfecto en empresas.

Más allá de Watson, las oportunidades de la tecnología son incontables. Dotar de inteligencia a un sistema informático puede ayudar a automatizar muchos trabajos que hoy en día requieren de un humano. Y no nos referimos sólo a las cadenas de montaje (ya muy automatizadas), sino a trabajos rutinarios como pueden ser las labores administrativas.

Un sistema de estas características puede desarrollar tareas como la lectura de informes, su comprensión y la elaboración de otros nuevos en base a ese conocimiento que ha adquirido. Y hacerlo en menos tiempo y con un margen de error mucho menor.

Algunos sectores ya vaticinan que la AI (inteligencia artificial, por sus siglas en inglés) generará desempleo, pobreza, caos. Pero ciertamente la tecnología se encargará de los trabajos más rutinarios para dejar tiempo libre a otras tareas que aún no pueden ser sustituidas por robots.

Ningún sistema es capaz de imitar -y nos aventuramos a predecir que tampoco lo hará en el medio plazo- la creatividad humana. Los empleos que dependan de procesos creativos se mantendrán y serán más valorados.

El verdadero reto de la inteligencia artificial será pues su buen uso y evitar que esta tecnología tan poderosa sea utilizada para fines malintencionados. Para ello, la industria tecnológica deberá de centrarse en la puesta en común de conocimientos, en la creación de estándares que dejen de lado a los maleantes.